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Lienzo en blanca flor 

Hoy andando por un pasaje una rama me ha cortado el paso a la altura de la cara. Era preciosa. Llena de flores blancas que pronto serán cerezas.

¿Estabas por aquí ayer? Le pregunté. Observando sus delicados pétalos mientras intentaba oler las flores. 

Me quedé quieta mientras se deshacían las preocupaciones que atiborraban mi cerebro angustiado. Mientras contemplaba las flores, nada más hacía falta. 

Como no sé meditar, el momento duró poco. Pero fue suficiente para recordarme que ese vacío de paz profunda es la fuente de toda creación. 

Qué contraste con la galería que había visitado momentos antes en un edificio de arquitectura brutalista en el centro de una gran ciudad. La obra del artista constructor de enormes instalaciones me había dejado fría. Así tengo yo la casa, pensé, con los suelos levantados y el cartón yeso deconstruido. 

“Tenía esto por casa y como Duchamp me ha dado permiso y tengo unos colegas galeristas, pues lo coloco aquí.” 

No decía eso, pero es más o menos lo que entendió mi cerebro cuando tradujo la jerga de las paredes.

Probablemente esté siendo injusta, e ignorante. Y un día, cuando tenga la casa arreglada y eche de menos los escombros, quizá recuerde la exposición con nostalgia poética.

Pero lo dudo. Lo más probable es que siga buscando la compañía silenciosa y sin pretensiones de los árboles y las flores. Con la esperanza de lograr que cada vez me duren más los momentos de profunda paz.