Libertad, igualdad y fraternidad. La revolución francesa resumió muy bien los anhelos de muchos. Si todos nacemos con los mismos derechos, pensaron algunas mujeres, y ni dios nos puede decir lo que debemos hacer, entonces nosotras…
Pues no, cuando Olympe de Gouges adaptó los principios de la revolución a las mujeres, se la cargaron.
Es más, en los nuevos derechos que se iban forjando, había que dejar muy claro que la libertad, la fraternidad y la igualdad no eran para las mujeres. El siglo XIX fue un siglo misógino en sus leyes, normas, arte y filosofía. A la vez, muchas mujeres, que no eran tontas y entendían que “todos somos iguales” no significa “la mitad somos iguales”, se rebelaban. Creando un batiburrillo interesante de ideas en apariencia contradictorias.
Mis Locas victorianas son esas mujeres. Las que no se adaptaron al nuevo orden de esclavitud impuesto por la nueva ley. Una ley que ya no derivaba de dios, de quien ya se había deshecho Nietzsche, sino de la naturaleza, como defendía Rousseau.
Una naturaleza tergiversada tenía que ser. Porque de alguna manera había que intentar demostrar que era normal y deseable subyugar a las mujeres. No se fueran a creer ellas la fuente de la vida. Y encima, con derechos.