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Plantas rebeldes

A mi suegra le gustaban las plantas rebeldes, esas que no se conforman con crecer donde se les dice y salen por las grietas del asfalto, o entre los ladrillos en las paredes.

Quizá por eso tuviera la manía de plantar unos sauces enormes muy cerca de las casas en las que vivía. Le daban igual los consejos sobre el peligro para la estructura. A cada casa que compraba le adosaba un árbol, dejando un rastro vital de casas con árboles peligrosamente juntos.

En la lucha por el espacio entre las plantas y las estructuras urbanas, ella estaba claramente del lado de las plantas. En eso iba con las ganadoras, porque nosotros sin plantas no podemos vivir, y ellas sin nosotros probablemente estarían mucho mejor.

Dependemos de ellas totalmente, ni siquiera podemos aspirar a una relación de colaboración mutua como la que tienen ellas con los hongos. Los hongos tampoco nos necesitan.

Es un poco humillante para el ego humano pensar que un champiñón es más independiente y está mejor conectado en el ecosistema que nosotros. Quizá por eso nos empeñemos en dominar tanto, porque en el fondo somos conscientes de nuestra vulnerabilidad y nos asusta. 

A mí me gustan mucho las setas con ajo y perejil a la plancha, sobre todo como las ponían hace muchos años en un bar en la senda de los elefantes de Logroño. En esa época no era consciente de estar comiéndome la flor de un intrincado sistema de comunicación subterránea sin el cual viviríamos mucho peor. Ahora ya lo sé.

La próxima vez que comas champiñones, dales las gracias.