¡Y yo sin saber que existía esta pedazo de artista! Viendo su obra en la Tate me sentí hermanada. No en cuanto a obra, Schendel hizo antes de que yo naciera lo que yo todavía no he hecho. Pero sí en cuanto a las preguntas que se hace a lo largo de su trayectoria. Me alegra el alma descubrir que existen más personas que se emocionan con la idea de visualizar un pensamiento, que usan letras para dibujar, que mezclan filosofías y política y colores y formas. Y con qué talento.
Me inspira encontrar nuevas artistas que admirar. Qué agradable sorpresa. Especialmente en este momento de crisis en que parecen estar ganando los malos de la película no sólo en lo económico.
A la vez, cuando descubro un artista que hizo hace décadas lo que en mi mente es apenas el boceto de una posibilidad, sufro una especie de cortocircuito artístico-existencial. Hace que me sienta un poco lela, avergonzada de ir tan lenta, humillada al darme cuenta de que no sólo no estoy en la vanguardia, sino encima voy retrasada más de una generación. Cobarde, además, por no lanzarme al vacío creativo. Me entra prisa por crear, por recuperar el tiempo perdido en menudeces, por concentrarme en lo importante y luchar porque lo urgente no monopolice el poco tiempo disponible. Me hace recordar que un día, cualquier día, moriré.
Y esa certeza, quizá por el roce de la contradicción, genera chispas. Hace que me burbujee el citoplasma celular, que me centeleen las sinapsis. Me expando. Profundizo. Percibo el mundo de manera más intensa. La incertidumbre deja de ser una amenaza y se convierte en miles de puertas abiertas. Siento el poder transformador del arte, su importancia. Y decido que de mayor quiero ser una Mira Schendel.
Ilustración: «Gracias», de la serie Percebes feministas.
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