Tras una crisis artística y personal decidí reciclarme. Como la crisis era gorda, necesitaba todos los consejos que la experiencia propia y ajena me pudiesen dar. El método por suerte ya lo tenía, el mismo que para ordenar un cajón o un armario: vaciar, limpiar, deshacerme de lo que no quiero volver a meter, reemplazar lo que no sirve y añadir lo que haga falta.
Al principio es fácil, luego llegan las dudas. ¿Me sirve este comportamiento? ¿Me sienta bien esta idea? Hace diez años que no uso esta teoría, hasta me había olvidado de que la tenía, pero si la tiro ¿y si me hace falta más adelante? Uy, este estereotipo nunca me gustó, mira que es feo, pero es un regalo de la sociedad y me da cosa tirarlo sin más, me van a mirar mal.
Necesito contenido nuevo. Miro a mi alrededor en busca de inspiración en otras mujeres. Me hacen falta modelos. Pero desde las revistas sólo me miran sin ver unos seres supuestamente femeninos a los que parece habérseles perdido el alma. No tienen piel, sólo desenfoque gaussiano, ni expresión, por mucho que se investigue en esos ojos hiperenfocados. Ahí no parece haber nadie. No me inspiran. No quiero ser como ellas. ¿Y en la tele? Tampoco mucho. Empiezo a darme cuenta de que es complicado. Las mujeres inspiradoras, que sé que las hay a millones, se esconden. No aparecen en los medios así como así. Hay que buscarlas.
Este texto lo escribí para xyx28: la revista feminista cifrada, mi primera obra sobre el feminismo.

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