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Siluetas

Tenía una vaga idea del trabajo de Ana Mendieta. Cuando entré en su exposición en la Hayward Gallery y empecé a ver tanta sangre y tanto cuerpo propio me dije: ¡ya estamos! Otra mujer utilizando su cuerpo como herramienta ¡estoy hasta las narices! Me quise salir, pero me quedé, y me alegro. Profundizando me di cuenta de lo grande que es su obra y de lo que ha influido en otros artistas. Hay artistas que aman el arte y artistas que aman ser artistas. A los primeros les sostiene la columna vertebral de su vocación y a los segundos el andamiaje de sus pretensiones. Y Mendieta es de las primeras.

Luego también es cierto que no me gusta el uso que hace del cuerpo y de la sangre. Me parece morboso y un añadido poco útil a las miles de imágenes que ya existen de mujeres violentadas y aniquiladas. Pero no cabe duda de que es una elección de lenguaje artístico coherente con las ideas y con las preguntas que se formula la artista. Y además, fue pionera. Ya me gustaría a mí tener la capacidad de articular artísticamente de una manera tan propia.

Cuando lo pienso suelo consolarme diciéndome que todavía soy joven. Pero Mendieta, si hubiese durado más, a saber dónde habría llegado. Es una ventaja de las artistas, que viejas, artríticas y medio ciegas podemos producir nuestras mejores obras. Si hay talento, las restricciones inspiran más creatividad de la que coartan. Por algo dicen que ser artista es más bien una actitud. Entre otras cosas, la de no rendirse.


Ilustración: «No uso tacones», de la serie Percebes feministas.

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